lunes, 17 de junio de 2013

¿Por qué no te puedo besar? (La información I)

Hicimos tapa, en la presentación gráfica del grupo. Primera publicación de una serie.


 ¿Besos prohibidos en la Plaza San Martín? ¿Por qué nos impiden acercarnos al otro apasionadamente? ¿Cuál es el orden que se trasgrede? Los jóvenes del grupo literario Vecindad prueban respuestas psicológicas y sociales al problema, en dos ensayos poéticos.

Vivamos, Lesbia mía y amémosnos, hagamos caso omiso a todas las habladurías de los ancianos en exceso escrupulosos. Dame mil besos y después cien, otros mil luego, luego otros cien. Empieza de nuevo hasta llegar a otros mil y a otros cien. Después, cuando hayamos acumulado muchos miles, los revolveremos todos para perder la cuenta y que ningún malvado envidioso sea capaz de embrujarnos al saber que nos hemos dado tantos besos.

(Catulo, poeta latino; murió en Roma en 54 a. C.)

Dos jóvenes del nuevo grupo literario “Vecindad” salen a defender a un amigo afectado por el besus-interruptus en la plaza principal. Ramiro De Mendonça (19 años) y Nicolás Cornador (23), el primero recordando a la precursora entre las poetisas, Safo, y “madre de los latinos y griegos deleites” según escribió Baudelaire.

Coordinación y edición: Juan Manuel Rizzi.

“Besucones”, por Nicolás Cornador

Un “¿Te puedo besar?” inoportuno, desubicado, fuera de tono, un “¿Te puedo besar?” con una decisión insoslayable, un “¿Te puedo besar?” como premio a la moderación o respeto sin transigencias, como premio al tiempo en el que no pensamos en un beso, como el actor que no piensa en el aplauso y así hace mil veces más plausible su obra. La muletilla es indiscutible, y puede causar, en algunos casos, la optación con apremio, o la respuesta de uno de los dos individuos basada en un amor propio y conexión con uno mismo, que nace de una fructuosa espontaneidad.

El beso en la boca, el más fructífero de los besos en la boca, entró a desvalorizarse, y esto es porque el juego de seducción demanda más de lo que las personas, cada vez menos dedicadas, son capaces de dar.

Hay besos que se dan en un boliche de un barrio discriminado y que verdecen el alma, hay besos que se dan en un parque ostentoso y que sazonan una conspiración contra el mundo. El contexto demarca posibilidades; hay posibilidades de alcance, de llegada o espectáculo, y sujeción al contexto, dentro de un espectáculo las restricciones, que pueden ser las de una mirada pudorosa o las de quienes son depositarios de la moral enfrascada, frasco que en su rótulo tiene dos ojos vigilantes.

Los besucones, a veces, piden a gritos un llamado de atención, quizá porque no se completan y esperan que lo haga un tercero en su búsqueda de frondosidad, de rebeldía, como cuando una persona cualquiera choca siempre con la misma piedra, y lejos de cuestionarse, glorifica su status viéndose al espejo los moretones.

El hombre sin amor no es nada, el hombre solo muy pocas veces llega a mucho, y menos si está solo entre la multitud y siente esa soledad que es peor que la otra, la genuina soledad. Soy de los partidarios de un pensamiento nerudesco. El gran poeta dice en una de sus poesías: “Tal vez no ser es ser sin que tú seas”. Se puede interpretar que en la mujer se funda el amor pero el amor también se hace de a dos, como la flor con la primavera. La realización de uno depende del otro, siempre.

Hace poco tiempo se montó un “besódromo” en el Parque Centenario, que impugnó a los guardianes quienes tenían muy presente en sus cuidados la “cercanía de los cuerpos”. Quizá haya una reciprocidad muy grande entre los “frascos de moral” y los besucones y en esa relación esté en juego la rebeldía, el crecimiento de las personas y de la sociedad.

Los antropólogos se refieren a un “residuo de individualidad” y a ciertas acciones de los individuos que terminan cambiando una sociedad; este residuo hace que no se petrifique el sistema. Quizá se pueda ver presente en la actitud de los besucones, que buscan llenar las calles de amor o la osadía de justificarse en nombre del amor y llegar a más gente para generar motivos diversos, como la envidia. Quizá el mundo busque chocar como cuando chocan dos personas al besarse. Quizá el pequeño microclima del beso responda a un clima general, a la teoría del Big Bang, o a las estaciones y sus repercusiones. Todo lo que sé es que un beso, cuanto más grande es el alma de las personas, más repercute, y que el juego de seducción, presentísimo en las relaciones, es un juego en el que las mujeres dan un gran premio, en reconocimiento de los cambios y esfuerzos.


“Antiguos placeres”, por Ramiro De Mendonça
Amor, el que hace aflojar las piernas, de nuevo me asalta, agridulce, invencible, reptil.
Safo de Mitilene (siglo VII a. C.)

La mujer siempre está al lado del amor, pero a veces envejece. Se vuelve oscura y austera, enemiga de la vida. Pueden pasar milenios, generaciones tras generaciones, sin que nos abra las puertas. Conocer su lógica es un misterio y, lamentablemente, más afirmaciones que éstas no se puede dar. Pero cuenta la historia de la antigüedad, enredada entre mitos y acontecimientos reales, de una isla llamada Lesbos “donde los besos son como cascadas que a los negros abismos se arrojan impacientes”, escribe Baudelaire.

Allí las mujeres aprendían a cantar y a escribir versos de alegría y de angustia, a desearse las unas a las otras, a sufrir por las noches la espera de la virginidad y a soportar la falta de razón de los hombres. Recorrían sus cuerpos pasiones inimaginables, festejaban y lloraban los casamientos, escalaban los pechos del amor y admiraban su inmensidad.

No sé bien cuándo desaparecieron las costumbres de la isla de Lesbos en la humanidad. Ahora parece ser un recuerdo que provoca escándalo, porque las cosas no están ordenadas según el amor, el deseo y la búsqueda eterna de éstos.

Quizás se deba al desenfreno que provocan, o a la espera que requieren y la angustia que conllevan. Tal vez este mundo no sepa ser paciente y sencillo como la desnudez con la que hablaba la poetisa Safo de Lesbos, que lloraba al estar sola en su lecho y siempre estaba preparada para dejar que en su boca los besos brotaran.

“¿Qué nos quieren las leyes de lo justo y lo injusto?” dice Baudelaire, harto de la modernidad severa, en un poema llevado a juicio y después prohibido como los besos. Y queriendo recuperar aquel gigante paisaje de “tiernos desvaríos”, se pregunta por quién se atrevió a destruirlos a pesar de “las lágrimas que al mar arrojaron sus ríos”, y nos dice a todos nosotros que “el amor se reirá del infierno y el cielo”.

Revista La información de Cañuelas, Mayo 2013.

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